Un estudiante, Mayo 1968, Francia
-Se nos acusa de ser demasiado "desinteresados". Es cierto. Frecuentamos la teoría más que los hechos. Pero echarnos esto en cara quiere decir que hay una grave ruptura entre el pensamiento y la acción. Quiere decir que yo, como estudiante de sociología, puedo leer libremente a Marx, a Engels, a Bakunin, al Che Guevara y a Marcuse, sólo si acepto que una vez que salga de la Universidad debo renegar de todo lo que he aprendido y aceptar como borrego mi situación prevista en una sociedad ordenada para siempre y sin mi consentimiento, una sociedad en la que mis conocimientos críticos no poseen la menor importancia y nada pueden cambiar. La Universidad debe ser un centro crítico, el germen del cambio. Nuestra sociedad en cambio es acrítica y rechaza el cambio. ¿Cuál puede ser mi destino? ¿Renunciar a mis ideas, admitir que son un sarampión juvenil y aceptar los hechos inconmovibles de una sociedad momificada, convirtiéndome yo mismo en momia, sentado hasta mi muerte en un consejo de administración capitalista o en una oficina burocrática? ¿O convertirme en profesor para seguir enseñando, sin traicionarme, las ideas revolucionarias a una nueva generación que a su vez deberá renegar de ellas para encontrar una plaza remunerada en la jerarquía del orden? ¿Qué clase de educación es esta, camarada? ¿Cómo podemos romper este círculo vicioso? El hecho es que estamos aprendiendo una teoría desinteresada para sacrificarla después ante una sociedad interesada. La teoría nos revela la insuficiencia y la injusticia de la sociedad. Si somos fieles a nuestras ideas debemos transformar la sociedad a imagen de ellas. De eso se trata, en el fondo, cuando hablamos de reforma universitaria.
La belleza
La Cancion de Protesta
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