Hace unos años
me conmovió una serie de televisión llamada Evil. En ella se
presenta el mundo como un lugar donde coexistimos con demonios, los cuales
aunque invisibles, ejercen una marcada influencia sobre las personas. Estos entes
se fortalecen cuando uno se aleja de su centro moral, y se debilitan cuando
retomamos el camino ético.
Los monstruos son especializados, cada
uno encargado de corromper un aspecto concreto de la sociedad; un demonio
de la lujuria, otro de la avaricia económica, de la idolatría, de la
violencia... hasta de la adicción digital y la tecnología.
No quisiera atribuir a lo
sobrenatural las causas de los problemas humanos. Sin embargo, con esta
serie, la narrativa religiosa me parece que acierta. ¿Por qué? Porque,
creamos o no en ellos, la analogía de que hay algo a lo que vas dando
fuerza, que se alimenta con tu aporte... realmente podría ser útil verlo
como un demonio. Y la única forma de reducirlo y volver a tu
centro moral sería que un “cable a tierra” te rescate, o el conocido,
pero doloroso, "déjalo que se estrelle".
Pues bien, en el SENASA se
estrellaron. Pocos entienden cómo personas con prestigio se jugaron
tanto de esta manera. Algunos pueden que hayan perdido su centro hace
años; otros, que nunca lo desarrollaron y siempre disimularon.
La sociedad que habitamos es,
cada vez más, permisiva al "tigueraje" que deviene en corrupción
y suele hacer una crítica malsana a todo aquel que pase por
"pendejo". Siempre tengo presente una frase del escritor Luis
Aceituno que decía: "Parecería que todo está perdonado mientras produzca
progreso económico".
Lo peor es que estamos viendo, que el
más reciente y sensible de todos los escándalos de corrupción no se detuvo en
la arena política ni en el empresariado convencional. Corrió
hacia los centros hospitalarios, médicos, personal administrativo,
técnicos… un universo de actores tan disímiles, que demuestra la fuerza y la
penetración que han alcanzado algunos "demonios" en nuestra sociedad.
Escuchar una doctrina más
sencilla, otra forma de ver la vida menos consumista, no parece tener lugar en
la narrativa dominante de la política, del empresariado ni de la calle. Y una
sociedad de traiciones, en un constante “joseo” o “búsqueda” sin
principios, no construye ataduras. Dice el escritor Alejandro Dolina que:
"Ahora
flotan en el aire unas ideas mucho más individualistas y que tienen que ver con
una moral burguesa donde el máximo valor es la prosperidad: si sos próspero,
todo está bien. Distinta es la moral heroica, donde si eres valiente todo está
bien, y distinta es la moral de lo empático, del amor, donde todo no puedes
estar bien si el otro no lo está. Donde no existe poesía hasta que no la lea el
otro y donde no existe felicidad hasta que todos no sean un poco felices".
Frente a este individualismo que
nos desgarra, el antídoto más poderoso es la comunidad. Malcolm Gladwell
narra en Outliers el caso de Roseto, Pennsylvania, una comunidad de
inmigrantes italianos que, a finales de los años 1950, presentaba índices de
salud excepcionales, especialmente en enfermedades cardíacas. Tras descartar
dieta, genes y ambiente, los investigadores hallaron la causa en su estructura
social.
En Roseto vivían en hogares
multigeneracionales, se visitaban constantemente, conversaban en las calles y
participaban en numerosas organizaciones sociales y religiosas. No había ricos
que envidiar, ni pobres a menospreciar. Este tejido solidario era una
defensa contra el estrés de la vida diaria, pues era difícil sentirse solo. A
medida que las nuevas generaciones, cuenta Gladwell, se integraron a la cultura
individualista de EEUU todo cambió y los índices de enfermedad se igualaron al
resto del país.
De Roseto tenemos que aprender que
ni siquiera la salud o la longevidad dependen exclusivamente de meros esfuerzos
individuales. De que lo que nos protege de devorarnos los unos a los otros debe
hallarse en ese tejido social.
Lamentablemente, ante la
distancia, el individualismo y la desigualdad no podemos refundar Roseto. Y las
fuerzas que hoy operan a escala sistémica y que afectaron al SENASA prueban la
fragilidad de ese tejido.
Sin embargo, necesitamos una comunidad inteligente,
ofensiva y vigilante que exija desactivar los incentivos que la corrompen. Nuestro
sistema inmune, si se basa en valores individuales, está comprometido… Una
sociedad cuyos médicos dan la cara a los enfermos y aun así fraudulentan no se
sana con sentencias.
La fiebre no está en el SENASA, es
un síntoma de un cuerpo social con las defensas bajas. Hay que atacar las
fuerzas sistémicas que lo debilitan: la impunidad, la opacidad electoral, la
connivencia el entre poder político y económico, la avaricia…
Pero también, en el caso especial
de SENASA, hay que ejercer una crítica hacia el sistema de financiamiento
político. El sistema electoral resulta muy costoso para los aspirantes. Esto
deviene en actores políticos comprometidos con intereses distintos a la
comunidad y a lo social. Ofreciendo a la ciudadanía más variedad de modelos Rolex
que de asistencia o salud servida.
Es así como la crítica a la corrupción
debe ser también preventiva, pasar por fortalecer los controles de gastos y las
instituciones que lo fiscalizan. Pues si atacamos una cosa y no la otra, el resultado
será exiguo. En un país de tentaciones sistémicas, solo un sistema de
incentivos correctos puede proteger y nutrir ese centro moral, solidario y
justo.
Porque nunca veremos a los
demonios con cuernos, tenemos que vernos reflejados en los acusados que se
dejaron arrastrar hasta convertirse en ellos, sin saber hoy cómo y dónde dejaron
hace años su centro.
La tarea es entonces recuperar
las instituciones, ejecutar las condenas necesarias, fortalecer las regulaciones
y, al mismo tiempo, ver en la caída de estos hombres, nuestra potencial caída y
comprender cómo aplicar el justo refreno. De lo contrario, si no actuamos en
consecuencia, los demonios solo tendrán que regresar a buscar alimento en
incumbentes nuevos.
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