“A veces no basta con saber lo que las cosas significan, a veces tú tienes que saber lo que esas cosas no significan” Bob Dylan
Dirán que soy un purista, un conservador, un hater o un autor, y puede que tengan algo de razón. No obstante quiero iniciar diciendo que para mí Bob Dylan está por encima del Premio Nobel en cualquiera de sus categorías y elementos. La calidad en sus canciones es innegable, su popularidad y reconocimiento también, y su dinero acumulado se ríe ante el pequeño millón de dólares que otorga el premio. Por eso Dylan hace cosas como darse el lujo esta semana de ni responderles, porque no los necesita.
Los premios Nobel suelen ser una plataforma para enseñar al resto del mundo lo que han desarrollado personas que el mundo debería admirar. Y aquí radica uno de los errores en el premio Nobel de Literatura 2016, Dylan no necesitaba más plataformas. El artista canta en inglés, el idioma con menos barreras y habita eternamente el alma de la contracultura, que siempre está de moda. Nadie va a conocer a Bob por el Nobel de Literatura, esto no ayudará siquiera a inmortalizarlo, ya que Dylan toca desde hace tiempo en el Olimpo. ¿A quién le importa que Churchill haya ganado el mismo premio en 1953? para los fines de la historia ya se había agenciado la gloria humana, efímera como ella sea.
Y los músicos tienen su gloria, es apasionante, es satisfactoria. Consiste en millones de seguidores, millones de records vendidos, la fama, el dinero, las memorias del bar, del dolor, de la protesta… Premiarlos en otro campo cuando ya tienen los aplausos, sus propios premios y sus salones de la fama es llover sobre mojado.
Nadie piensa en los siempre tristes escritores, que tienen que pulular la soledad en sus maquinillas y arriesgarse a escribir hojas que quizás no serán leídas y que nunca llenarán estadios. El premio Nobel fue a un reconocido músico, no a un escritor. Lo dice el mismo razonamiento del jurado por llevar “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. Y por tanto ha sido un desperdicio para mostrarnos a alguien genial de otras latitudes, a quien el reconocimiento le garantizaba al menos la traducción de su obra a otros idiomas.
En un mundo donde uno de los principales exponentes de la música latinoamericana Calle 13 inicia una canción “La vuelta al mundo” rapeando : “No me regale más libros porque no los leo/ Lo que he aprendido es porque lo veo”, se hace difícil justificar un Nobel de Literatura a un músico. El dilema o la controversia de algunos está en si las letras de Dylan se sostienen sin las melodías, y esto es igualmente válido, pero parece ser más un campo de los expertos.
Lo que sí es que los músicos parecen tenerla fácil. Oliver Sacks cuenta en su famoso libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” el caso de una señora que se levantó oyendo una música, y percatándose de que todos los equipos estaban desconectados o apagados, acudió al neurólogo mientras continuaba oyendo la música. Resulta que la señor había tenido una pequeña trombosis en una parte del lóbulo temporal derecho del cerebro, activando así el recuerdo de una canción de infancia que era lo que ella estaba escuchando, y que ella tenía décadas que no oía. Es decir, la música tiene un privilegio incluso hasta neuronal por encima de toda las artes. Por eso el melómano real sale corriendo en defensa de Dylan, pero esa carrera puede que sea intempestiva.
Por ejemplo, en las redes vi a la autora/música Rita Indiana decir a propósito de Dylan que también el poeta dominicano más influyente era un cantautor (Luis Díaz). Y esto lleva el debate de manera errada a una perspectiva no literaria. Porque entonces nos abocamos al proceso de simplicidad de la poesía y la literatura, la poesía como centro de lo entretenido y lo popular, y en ese camino no es siquiera Luis Díaz el “poeta” más influyente, probable que sea Kalaf, Wilfrido, Pochy, Juan Luis Guerra o Romeo.
Lo triste de este premio quizás acontecerá en 50 o 100 años cuando miren hacia atrás las generaciones de entonces, como José Saramago nos enseñó a ver el Premio Nobel de Literatura de 1901 desde su Cuaderno de Apuntes cuando escribió: “En Estocolmo todo puede suceder… lo demuestra la historia del Nobel desde que lo ganó Sully Prudhomme estando vivos Tolstoi y Zola”.
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