Juan Carlos Guerra, un joven que tiene propuestas de aurora en sus alforjas, ha escrito que Faride Raful es la diputada moral de la patria. De seguro que Juan Carlos leyó el diario de un héroe de junio que dijo que la vida sin dignidad es una miserable limosna. ¿Que Faride perdió? ¿Y desde cuándo el decoro pierde? Si perder es algo más que ser avasallada, es algo más que ser descartada por la tramposería, perder es algo más que sufrir la anulación de votos y trampas, ver aliarse a los adversarios, representar intereses o agenciarse apoyos de sectores que comprometen la identidad ideológica de un partido.
¿Perdió Milagros Ortiz Bosch? ¿Y desde cuándo una señora en su trono altísimo de pudor, de serena altivez, como de reina del pundonor y de la honestidad? ¿Desde cuándo pierde, si perder es algo más que ser obstruida en una nómina de votación, sustraer votos indebidamente y tener la anuencia de pobres vendidos al mejor postor, en la hora trágica del deshonor y la indignidad? El degenerado “voto preferencial” sucumbió definitivamente. Se trató de una idea, en principio correcta, de impulsar el desarrollo de los liderazgos individuales, la promoción de los candidatos para que no fueran arrastrados por la votación colectiva, pero en la práctica, casi todos o una parte importante, se dedico a comprar votos, los colegios electorales fueron como los definió el maestro Tirso Mejía Ricart, verdaderos mercados persas, vistosos escenarios donde la escoria social se vendía impúdicamente.
El fenómeno se generalizó; por doquier uno veía a oficialistas y opositores disputándose la compra de votos. Hubo casos de compra de votos, en los cuales quienes ofertaban sus votos sin el menor sentimiento de vergu¨enza se reciclaban y se ofrecían para votar por otros.
Era una democracia impostora la que se movió en los colegios electorales; por supuesto, esta práctica se redujo en los sectores de clase media y se agravó en los sectores populares, donde la necesidad tiene cara de hereje y donde una parte no desdeñable se ha corrompido en grados significativos.
Tenemos que reflexionar sobre el abandono de las tareas de formación ideológica, el predominio de una sociedad “lumpenizada”, la inversión de valores y el conservadurismo creciente en los enfoques sociales, así como el ejemplo negativo desde el poder, validando el “transfuguismo” y la liquidación de los partidos opositores.
Quizá podemos ahora comprender la enorme abstención electoral en términos éticos. La convicción de no ir a votar por nadie tiene mucho que ver con la pérdida de fe en los procesos electorales, con el hartazgo político, con la impotencia de los ciudadanos en relación con su capacidad de ser escuchados, con la repugnancia ante tanta desidia y falta de escrúpulos.
Al estimular la lucha de todos contra todos, incluso dentro de un mismo partido. El “voto preferencial” empujó a muchos a librar una batalla egoísta, donde se aceptó todo tipo de recursos y donde se pretendió aplastar al otro sin reparar ni competir en propuestas. Lo que importó no fueron las ideas, sino las grandes vallas publicitarias, los anuncios cada segundo, el entorpecimiento visual, la carencia de sustanciación, un espectáculo de muy baja calidad conceptual.
En esta campaña, apenas hubo dos debates en los que algunos candidatos aceptaron participar, y en ellos, tanto Milagros Ortiz Bosch como Faride Raful, fueron las exponentes de un pensamiento coherente, y sus propuestas fueron valoradas por los presentes, pero el marco de la discusión fue restringido a escenarios universitarios o empresariales no pudiendo llegar al gran público, ya que los medios estaban copados por una campaña mediática en cuyos mensajes de votación imperaba el vacío y la orfandad teórica. Lo que uno deplora es que muchos compañeros se convirtieron en “el otro”, o sea, que hicieron lo mismo que hacían sus competidores ideológicos empobreciendo la campaña y haciendo casi indistinguible un color de otro, un partido de otro, un voto de otro.
Solamente Milagros, Faride y algunas excepciones conocidas, significaron la diferencia, establecieron campos de competencias distintos.
Son dos estrellas, una en la madurez deslumbrante de su fuerza moral, y la otra, ascendiendo fulgurante como joven espléndida, como nueva esperanza de una juventud bien formada social, intelectual y moralmente, con el poder de la palabra que suscita admiración y respeto. A ninguna de las dos las apagará la mediocridad dentro y fuera de su partido; tienen luz propia y cabalgan sobre el lomo de la historia. Es cuestión de tiempo.
¿Perdió Milagros Ortiz Bosch? ¿Y desde cuándo una señora en su trono altísimo de pudor, de serena altivez, como de reina del pundonor y de la honestidad? ¿Desde cuándo pierde, si perder es algo más que ser obstruida en una nómina de votación, sustraer votos indebidamente y tener la anuencia de pobres vendidos al mejor postor, en la hora trágica del deshonor y la indignidad? El degenerado “voto preferencial” sucumbió definitivamente. Se trató de una idea, en principio correcta, de impulsar el desarrollo de los liderazgos individuales, la promoción de los candidatos para que no fueran arrastrados por la votación colectiva, pero en la práctica, casi todos o una parte importante, se dedico a comprar votos, los colegios electorales fueron como los definió el maestro Tirso Mejía Ricart, verdaderos mercados persas, vistosos escenarios donde la escoria social se vendía impúdicamente.
El fenómeno se generalizó; por doquier uno veía a oficialistas y opositores disputándose la compra de votos. Hubo casos de compra de votos, en los cuales quienes ofertaban sus votos sin el menor sentimiento de vergu¨enza se reciclaban y se ofrecían para votar por otros.
Era una democracia impostora la que se movió en los colegios electorales; por supuesto, esta práctica se redujo en los sectores de clase media y se agravó en los sectores populares, donde la necesidad tiene cara de hereje y donde una parte no desdeñable se ha corrompido en grados significativos.
Tenemos que reflexionar sobre el abandono de las tareas de formación ideológica, el predominio de una sociedad “lumpenizada”, la inversión de valores y el conservadurismo creciente en los enfoques sociales, así como el ejemplo negativo desde el poder, validando el “transfuguismo” y la liquidación de los partidos opositores.
Quizá podemos ahora comprender la enorme abstención electoral en términos éticos. La convicción de no ir a votar por nadie tiene mucho que ver con la pérdida de fe en los procesos electorales, con el hartazgo político, con la impotencia de los ciudadanos en relación con su capacidad de ser escuchados, con la repugnancia ante tanta desidia y falta de escrúpulos.
Al estimular la lucha de todos contra todos, incluso dentro de un mismo partido. El “voto preferencial” empujó a muchos a librar una batalla egoísta, donde se aceptó todo tipo de recursos y donde se pretendió aplastar al otro sin reparar ni competir en propuestas. Lo que importó no fueron las ideas, sino las grandes vallas publicitarias, los anuncios cada segundo, el entorpecimiento visual, la carencia de sustanciación, un espectáculo de muy baja calidad conceptual.
En esta campaña, apenas hubo dos debates en los que algunos candidatos aceptaron participar, y en ellos, tanto Milagros Ortiz Bosch como Faride Raful, fueron las exponentes de un pensamiento coherente, y sus propuestas fueron valoradas por los presentes, pero el marco de la discusión fue restringido a escenarios universitarios o empresariales no pudiendo llegar al gran público, ya que los medios estaban copados por una campaña mediática en cuyos mensajes de votación imperaba el vacío y la orfandad teórica. Lo que uno deplora es que muchos compañeros se convirtieron en “el otro”, o sea, que hicieron lo mismo que hacían sus competidores ideológicos empobreciendo la campaña y haciendo casi indistinguible un color de otro, un partido de otro, un voto de otro.
Solamente Milagros, Faride y algunas excepciones conocidas, significaron la diferencia, establecieron campos de competencias distintos.
Son dos estrellas, una en la madurez deslumbrante de su fuerza moral, y la otra, ascendiendo fulgurante como joven espléndida, como nueva esperanza de una juventud bien formada social, intelectual y moralmente, con el poder de la palabra que suscita admiración y respeto. A ninguna de las dos las apagará la mediocridad dentro y fuera de su partido; tienen luz propia y cabalgan sobre el lomo de la historia. Es cuestión de tiempo.
(Tony Raful Sr.)