Wednesday, October 8, 2025

La decepción que llega con la no reelección

 “Los expresidentes son como grandes jarrones chinos en un apartamento pequeño, que todo el mundo sabe que tienen mucho valor, pero donde quiera que se ponen molestan”. Felipe Gonzalez, expresidente español.


Theodore Roosevelt y su Partido Republicano lo habían ganado todo en 1904. Su reelección fue un triunfo aplastante, una validación de su fuerza, carisma y visión. Tan grande era su influencia que, entre las críticas que enfrentaba, estaba la de que usaría su popularidad para perpetuarse en el poder. Para ese entonces, el presidente de EE.UU. no tenía límites para repostularse, aunque la costumbre era no hacerlo por más de dos periodos.


Al igual que Roosevelt, Luis Abinader ha hecho de la no repostulación a un tercer mandato un pilar central de su legado. Y luego de modificar la Constitución para hacer más difícil una tercera aspiración, el 27 de octubre de 2024 escribió: “Por primera vez en nuestra historia, un presidente limita su propio poder. Mi mandato termina el 16 de agosto de 2028. Nunca más”.


Es decir, ambos honrarían su promesa de decir no a un tercer mandato consecutivo. Al historiador británico George Trevelyan, el presidente Roosevelt le explicó que: “La utilidad de un hombre público en el cargo más alto se ve finalmente afectada por el simple hecho de permanecer demasiado tiempo en esa posición”.


Ambos presidentes fueron celebrados. Y al no ser sujeto de reelección, la decisión de Teddy Roosevelt acalló a muchos de sus críticos y enemigos. No obstante, con el tiempo, el gobernante llegaría a arrepentirse de renunciar a un tercer mandato consecutivo, confesándole a un amigo: “Estaría dispuesto a cortarme la mano a la altura de la muñeca si pudiera revertir la decisión”.


No obstante, el Partido Republicano retuvo la Casa Blanca en 1908 con William Taft, el heredero elegido personalmente por Roosevelt. Pero el idilio terminó rápido: el nuevo presidente tenía visiones distintas, y Roosevelt comprobó, con dolor, que el mundo seguía girando sin él.


Hace semanas, vimos cómo el presidente Abinader recriminaba a sus funcionarios con aspiraciones para el 2028: “Todo tiene un límite. Seguiremos gobernando para la gente, y por eso les digo a todos los precandidatos y a sus coordinadores: no están permitidos los actos proselitistas para funcionarios. Si quieren hacer campaña, deberán dejar sus cargos”.


Apenas finaliza el primer año del segundo mandato y los movimientos de precandidatos parecen empezar a girar al margen de su control. Mientras el poder resida en el presidente, será más fácil coordinar esas apetencias. Pero la historia de Teddy Roosevelt nos enseña que la naturaleza propia del poder no reconoce sacrificios democráticos, no perdona ausencias ni admite la superioridad moral como eje de la acción histórica.


Para 1912, Roosevelt cometió un error clásico: creyó que su partido lo esperaba con los brazos abiertos. En cambio, las primarias republicanas lo enfrentaron al presidente Taft... y perdió. Luego formaría su propio partido, el Partido Progresista de EE.UU., compitiendo contra Taft y el demócrata Woodrow Wilson en 1912. Tan grande era la popularidad de Teddy que, aun con un partido nuevo, alcanzó el segundo lugar nacional con un 27.4%, superando al incumbente presidente Taft (23.2%). La división republicana abriría paso al Partido Demócrata, que ganaría con un 41.8%.


El escenario en Dominicana apunta a una sucesión compleja, como en realidad todas lo son. Abinader ha dicho que “todo tiene un límite”, refiriéndose a que sus funcionarios no pierdan el enfoque entre aspiraciones y funciones públicas. Sin embargo, el límite también aplicará para la influencia política del propio Presidente, cuyo poder de contención se irá reduciendo con los años, y más con el próximo gobierno.


Allí los expresidentes se vuelven jarrones chinos, su poder se deshilacha, sus lealtades aminoran... Y, de un momento a otro, toca ver cómo hasta Kinito Mendez adapta tu jingle a un nuevo candidato y las multitudes le caen atrás coreando el nuevo estribillo.


El expresidente Jacobo Majluta le asignó una tarea a mi papá para cuando ganaran el poder en 1986. Recordarle de vez en cuando la famosa frase en latín “Memento Mori”, que quiere decir “Recuerdas que vas a morir”. Esto para evitar la divinización de su legado, poder o influencia presente. Quizás también para evitar caer en la decepción que consumió a Roosevelt años después de su salida, y que aguarda a todo gobernante que sobreestima su influencia futura. 


13 de agosto de 2025

Luego del Jet Set: ¿Qué se requiere de nosotros?

Luego del Jet Set: ¿Qué se requiere de nosotros?


Viudos, huérfanos, padres, amigos y conocidos en duelo. La tragedia del Jet Set nos golpeó con una crudeza inédita, amplificada por el ritmo de las redes sociales. Hace treinta años, las noticias llegaban en dosis puntuales: un informe en el noticiero, una columna en el periódico… Hoy, el minuto a minuto nos convierte en testigos involuntarios de un dolor que nos consume y no da tregua.


Por eso, incluso una semana después, la tristeza persiste. Porque no seríamos humanos si vemos a la hija de Rubby Pérez quebrarse cantando " Caminemos siempre juntos que a donde vaya te llevo, Si la vida nos separa, yo te juro y te prometo…”, y no quebrarnos un poco con ella también.


Dicen que la ira es una etapa del duelo. En mi caso, fue la primera. Todo me parecía tan previsible, tan evitable, que solo sentía rabia. Pero lo sucedido trasciende la emoción, puesto que una tragedia de esta magnitud no es normal.


En los últimos treinta años, salvo en Bangladesh, no se registra un colapso estructural de un edificio —fuera de guerras o catástrofes naturales— con mayores pérdidas humanas que este. En discotecas del mundo, las tragedias suelen ser por incendios; esta, sin fuego alguno, es la peor de su tipo.


Es decir, los cuerpos de emergencia, el INACIF, los rescatistas… no tenían por qué estar mejor preparados para manejar este nivel de calamidad en un solo sitio. No es normal. Es el más grande suceso no natural y no bélico en nuestra historia, y todo en un metraje muy limitado.


Muchos ayudaron sin pedir nada a cambio. Muchos también se quedaron sin saber cómo. En tiempos de algoritmos, incluso la solidaridad con hashtags o logos corporativos guardan valor. Pero la solidaridad no puede limitarse a la estética, el cambio para surgir debe venir del compromiso, la persistencia y en casos la incomodidad.


Por otro lado, todos intuimos donde estuvo el error. Los propietarios sobreestimaron la capacidad de aguante de sus estructuras y los reguladores no acudieron o peor aún dejaron pasar. Una cultura de negligencia que debe finalizar.


El análisis normativo revela que el país cuenta con regulaciones que bien pudieron evitar el suceso. Sin embargo, el sistema es débil en fiscalizar las construcciones y una vez erigidas, luce inexistente en el seguimiento y sus modificaciones.


Las inspecciones anuales realizadas, se remiten más a higiene e impuestos que a estructuras. Las leyes no parecen cumplirse sin inspecciones. Un modelo de sociedad basado en la confianza al empresariado, más que en la autoridad vigilante del Estado. En ese trajín, esperamos el buen manejo del propietario. De quien entendemos, nunca querrá ver su negocio en riesgo, ni a sus empleados, amigos o familiares morir.


Sin embargo, la mentalidad empresarial puede pecar de cortoplacista, extractiva, abusiva… priorizando la rentabilidad e ignorando los riesgos. Y el llamado “capitalismo de compadres” puede favorecer la cultura de negligencia e improvisación. Este no es más que aquel en el cual el éxito depende de las conexiones, de los favores, de los “chances”, no de las reglas. Aunque intuimos dónde falló el sistema, esperamos que las investigaciones revelen más detalles.


Pero cabe la pregunta, luego del Jet Set, qué se espera de nosotros?


Primero habría que definir quienes somos nosotros, porque no es cierto que los propietarios guardan la misma responsabilidad que la familia de un fenecido, que el político tiene la misma responsabilidad que el inspector, o que el futuro artista de un futuro constructor.


No obstante, la conclusión base es que los intereses comunes merecen más atención que los intereses personales. Tenemos que elevarnos a las circunstancias. No se trata solamente de juzgar a propietarios (que también…) Se trata de cambiar una cultura.


En otros países, tragedias como ésta derivan en leyes. Necesitamos una "Ley Jet Set", o al menos sus consecuencias. Que se cumpla el Reglamento para la Seguridad y Protección de Incendios, el de Inspección de Obras… que se otorguen sanciones a los incumplimientos en aglomeraciones masivas. Necesitamos una ciudadanía activa y organizada que frene la cultura de permisividad. Así como también mejorar los procesos burocráticos que impiden ser eficientes y cumplir con la norma.


Una vecina contó que denunció al Jet Set varias veces y le respondieron que era un lugar "Marca País". Y si esa es nuestra marca, sería revelador que el país no sea más que una fachada de fastuosidad, alegría y romo sobre estructuras frágiles.


Las responsabilidades bien vienen repartidas. Y a los propietarios, que perdieron su negocio familiar, amigos y empleados, les exhorto ponerse al servicio de la justicia. Como acto social, como parte de la sanación colectiva. No descansen en favores ni en retruécanos jurídicos, no siembren resentimiento. Nadie quiere ver quebrar su negocio, ni ver morir más de cientos de personas… pero pasó. Y el camino a la paz personal y social pasa por enfrentar las trágicas consecuencias.


La indiferencia no resultó ser una opción con la tragedia del Jet Set. La muerte no discriminó clases sociales ni popularidad. Se llevó mucha gente buena y sobre todo alegre… porque el que estaba dispuesto a ir al Jet Set un lunes a bailar con Rubby Perez, eso era para su familia y comunidad. Perdimos alegría en el país, porque eso también era ese sitio hasta el fatídico día.


Ahora toca transformarnos, desde el dolor a la responsabilidad. Asumir como sociedad que estamos dispuestos a prevenir, vigilar y apoyar a quienes lo hacen, porque cuidando a los demás también nos cuidamos nosotros.


16 de abril 2025

Demoledores de reputación

“Aquí hay demoledores de reputación: el dominicano goza con demoler la reputación, sobre todo con otra que se llama el “Buscagoterismo”. Le gusta buscarle gotera a la gente seria.” Bueyón


El Presidente se despertó un sábado cansado del “periodismo de investigación”. Los llamó revolvedores de basura: personas empeñadas en mirar hacia abajo, incapaces de levantar la vista hacia algo elevado. No defendió la suciedad, había que retirarla, pero advirtió:


 “El hombre que nunca hace otra cosa, que nunca piensa, habla o escribe salvo sobre sus hazañas con el rastrillo de estiércol, rápidamente deja de ser una ayuda para la sociedad, deja de ser un incentivo para el bien, y se convierte en una de las fuerzas más poderosas para el mal.”


Citó al “peregrino” de Bunyan, a quien en el libro se le ofrece una corona celestial a cambio de su rastrillo, pero que ni siquiera puede levantar la vista concentrado en la inmundicia, en lo vil y lo degradante.


Le dijo a todo el que quisiera escuchar: “El mentiroso no es en absoluto mejor que el ladrón, y si su mendacidad toma la forma de calumnia, puede ser incluso peor que la mayoría de los ladrones. Recompensar el engaño atacando falsamente a un hombre honesto, o incluso exagerando de manera histérica al atacar a un hombre malvado con falsedades, es sumamente perjudicial”.


No se quedó allí, también le habló a los mercenarios de la comunicación diciéndoles “El intento de obtener beneficios financieros o políticos a costa de destruir el carácter de una persona solo puede resultar en una calamidad pública.”


Sabía que lo malinterpretarían, así que lo aclaró: “Es fácil tergiversar lo que acabo de decir... Algunas personas son sinceramente incapaces de entender que denunciar la difamación no significa aprobar el encubrimiento, y tanto los individuos interesados en ser encubiertos como aquellos que practican la difamación fomentan esta confusión de ideas.”


Un editorial de la época respaldó su postura: esos “periodistas” sembraban "semillas de la anarquía". Saturado de artículos sensacionalista el Presidente hizo una reflexión final, dijo que esos ataques groseros contra el carácter de las personas crean un sentimiento público mórbido y vicioso, que al mismo tiempo actúa “como un desincentivo profundo para que hombres capaces y de sensibilidad normal ingresen al servicio público bajo cualquier circunstancia.”


Ese presidente era Teddy Roosevelt. El año, 1906. Un siglo antes de las redes sociales y los gobiernos de las “Redes”, ya existía el "Gobierno de las Revistas" —como lo llamó el periodista William Allen White—, prueba de que la difamación y la manipulación mediática son virus sin época.


La reflexión final que hace Roosevelt me recuerda la anécdota sobre Francisco J. Peynado, que siempre cita José Luis Corripio (Pepín) como razón para no adentrarse en política. Según le contó su papá a Pepín, Peynado quien fuera candidato presidencial contra Horacio Vásquez en 1924, aprendió muchas cosas de esa experiencia, puesto que él:

“No había descubierto en su vida hasta ese momento que era un sinvergüenza, un bandido y un delincuente hasta que fue candidato de la República Dominicana, él era un prócer hasta el día ese que ya se convirtió en candidato”.


La democratización de las redes sociales no ha hecho más que amplificar estos fenómenos. Los algoritmos, diseñados para premiar el escándalo, y la adicción a los likes, las visualizaciones y la atención efímera, dan nuevo vuelo a las mismas vilezas de siempre. En tiempos donde la difamación se viraliza en segundos y el buscagoterismo se disfraza de opinión, conviene recordar las palabras proféticas de Roosevelt en 1906, el lamento de Peynado en 1924 y la mordacidad de Bueyón en los 1980s. Puesto que el demoledor sigue ahí, solo que hoy tiene más herramientas… y menos vergüenza.

26 de marzo 2025

¡Danilo no ha reflexionado!

“La gloria política, la más efímera y la más deleznable de todas las glorias humanas…” J. Balaguer


El expresidente atraviesa su infierno. Cinco años sin el poder que antes lo blindaba de las traiciones, sin la cartera abierta para hacer favores, sin la credibilidad en sus declaraciones o la publicidad para que resuenen las mismas. Golpeado y humillado, no estaba preparado para lo que le venía. Es probable que nadie lo esté para ese nivel de embate.


Pero Danilo Medina no es extraño en estas aguas. En el 2006, su determinación por la presidencia lo hizo desafiar al poder de turno y a la dirigencia de su propio partido. Terminó “vencido por el Estado”, enfrentando traición y rechazo. Un tanto aislado. La diferencia es que en 2006 fue víctima, y en 2025 la población aún no lo identifica como tal. Hace 20 años, Danilo tenía mucho espacio para reconstruirse y lo logró desde la concordia y la reflexión. Elementos que no observamos en su más reciente presentación radial.


Encontramos a un expresidente Medina desafiante y marcando territorio. Con visible autoridad animando a sus tropas. Un discurso con carácter y determinación. Nada de qué arrepentirse, seguimos adelante. Una caída no define ni condena un proyecto político.

Su formación, su conocimiento de más de tres décadas en la cima del poder político, brillaron en algunos momentos. Muchos de sus planteamientos necesarios para el debate político nacional.


El asunto es que la ausencia de una figura pública prolongada, en ocasiones, genera una necesidad casi morbosa de verla. Y a Danilo Medina, desde hace mucho, el país quería verlo sentado, hablando y entrevistado. No para conocer su parecer sobre políticas públicas, las cuales, reitero, demuestran su nivel y capacidad. La gente quería escuchar su opinión sobre los temas más polémicos: su familia y las compras, su “Penco” y su derrota, sus errores y su aprendizaje.


Pero el Danilo que apareció no fue el que esperábamos. Porque Danilo no es Donald Trump; no puede pretender atropellar con discursos poco creíbles y ser perdonado en todo. Eso lo podrá bien recibir su militancia, pero no la ciudadanía.


Esa entrevista fue un espacio desperdiciado para mostrar su humanidad. Ideal para reconocer errores, no para cometer más. Fue una sucesión de oportunidades perdidas. He aquí algunos ejemplos:


  1. La candidatura de Gonzalo. Danilo bien pudo admitir que Gonzalo Castillo era su candidato porque marcaba mejor en las encuestas. Pudo cuestionarse sobre la forma en que trabajó su triunfo interno, sobre si los demás precandidatos merecieron mejor trato. Recalcar en ese marco que, aún así, estuvo dispuesto a la propuesta unitaria de Margarita. Todo el mundo lo habría entendido, pero decidió negar lo obvio. Y ahora tenemos al exministro Carlos Amarante Baret explicando las razones por las que fue una burda imposición y cómo junto al secretario general Reinaldo Pared lo denunciaron y renunciaron.
  2. Negar que la llamada de Mike Pompeo llevaba una advertencia. El expresidente pudo admitir que, en lenguaje diplomático, la llamada de Pompeo fue una advertencia y criticar el nivel de injerencia. Pero lo negó, como si el contexto y el sentido común no tuvieran relevancia.
  3. “Yo nunca tuve la intención de reelegirme.” Esta frase, vacía de autocrítica, solo le restó credibilidad. Pudo explicar cómo se generó entonces la supuesta confusión, el intento de reforma, los errores de cálculo, el movimiento de senadores... Pero no lo hizo.
  4. Su hermano y las compras. “No me di cuenta. No lo sabía. Cada vez que mi hermano iba a mi despacho, lo sacaba y le decía que no podía hacer negocios con el Gobierno.”
    Pero Danilo, el hombre que se le reconoce como trabajador y meticuloso, el presidente que dice “estaba al frente de todo”, ¿cómo no supo? ¿Cómo se le escaparon familiares que eran grandes proveedores del Estado? Si de verdad llegó a recriminarlo como dice, era espacio para desligarse, rechazar que ahora que lo supo haya hecho negocios con el Estado, aún si no cree que hubiese operado con dolo. Pudo admitir que ciertas cosas se le escaparon, que no todo estaba bajo su control. Pero no lo hizo. Y esa frase de “Si ellos le vendieron eso, es cosa de ellos” sobre sus funcionarios, suena irresponsable y esquiva desde un presidente.
  5. “Yo no estoy arrepentido de nada de lo que pasó.” Aquí, en esta frase, se condensa toda la tragedia. No hay responsabilidad, no hay autocrítica, no hay aprendizaje. Siempre hay espacio para mejorar, “para corregir lo que está mal”. Pero Danilo perdió su oportunidad de reconocer sombras, sombras que tenemos todos los hombres y que se revelan mejor el poder.

Cierto es que los golpes recibidos, el desánimo, la ingratitud y la partida de tantas personas con las que seguro contaba deben tenerlo a la defensiva estos años. No quisiera estar en su posición.


Pero este Danilo, el “polítiquero”, opaca al Danilo político. Sus declaraciones, tan alejadas de la realidad percibida, devoran los puntos válidos de su discurso, generando rechazo no solo hacia la entrevista, sino hacia el entrevistado.


En el libro Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn reflexiona sobre cómo las personas llegan a su propio “infierno personal.” En lugar de culpar únicamente a sus verdugos, se preguntó cómo él mismo había contribuido, aunque fuera de manera indirecta, a su propia desgracia. Su viaje infernal pasó entonces por confrontar sus debilidades y errores.


Danilo Medina, en su intimidad, necesita tiempo, pausa y reflexión. Porque de los infiernos se sale, y lo útil y provechoso sería salir con un Estado Mayor de Conciencia.


8 marzo 2025