“La opinión, reina del mundo, no está sometida al poder de los reyes. Ellos mismos son sus primeros esclavos”. J.J. Rousseau
Hace unos meses mi amigo comediante Elias Serulle compartía una frase de su colega norteamericano Dave Chappelle. En ella, Chappelle hablaba de lo complicado que resulta el trabajo de un cómico visto que “Cualquier trabajo que te hace depender de la aprobación de los demás para tu vivir es una locura de trabajo”. Y es que pretender desarrollar tu vida y forjar tu personalidad en base a la atención y el afecto de un público amplio no solo te hace inauténtico sino inestable.
A pesar de que el espectáculo parecería ser la rama principal donde vemos este tipo de conducta e incentivos, no es la única. Y hoy en día nuestra forma de vida parece más permeada por estos incentivos a través de las redes sociales. Conozco casos extremos de personas que llevan años persuadiendo a amigos a entrar a las redes para que les otorgaran sus likes. Ya siquiera les interesaba si le gustaban realmente la foto o no, lo importante era la cantidad reflejada, el aparente reconocimiento público, la forma y el instante frívolo y excitante de los corazones rojos notificados. Por suerte no vivían de eso, aunque me parece una carga pesada depender de esos estímulos.
Si bien el ser humano tiene una naturaleza gregaria, que implica ceder ante la vida social ciertos aspectos de su conducta o pensamiento, la presencia en redes potencia la distorsión en la búsqueda de agradar obstaculizando nuestra expresión.
El expresidente de los EEUU Lyndon Johnson era reo de algo parecido y como el comediante Chappelle lo relacionaba a su actividad. Llegaba más lejos, se declaraba enfermo. Cuenta la historiadora Doris Kearns que las elecciones llegaron a provocarle “fiebres, escalofríos, dolores de estómago, dolores de cabeza, depresión y cálculos renales.” A Joe Phipps, un colaborador de su equipo le confesó que:
“Hay que darse cuenta que un político, un buen político, es un bicho raro. Todo el que periódicamente tenga que ponerse de rodillas para pedirles a los votantes que demuestren que lo aman dándole su voto, está realmente enfermo. Y según lo obsesionado que esté, podría estar muy, muy enfermo… Trata de pensar en mí como un familiar o un amigo gravemente enfermo que necesita todo el cuidado, la compasión, el consuelo y el amor posible para mejorar. Y sabes que con el tiempo se recuperara y que la enfermedad no regresara hasta las próximas elecciones.”
Este “padecimiento” es propio de los líderes democráticos según Alexis de Tocqueville, ya que según este: “En las aristocracias los hombres poseen con frecuencia mucha grandeza y fuerza personal” y que “Cuando se encuentran discordes con la mayoría de sus compatriotas se retiran a su propio círculo, donde hallan apoyo y consuelo”.
La condena a no obedecer a las masas es el aislamiento social, por lo que “La sensación de soledad e impotencia los sobrecoge y les hace desesperar.” Razón por la cual, Tocqueville decía que no conocía “ningún país en que haya tan poca independencia mental y verdadera libertad como en América”.
Para fines de quienes buscan u ostentan el poder, este conocimiento los conduce a dominar la comunicación, la agenda noticiosa y hasta el lenguaje en favor de sus intereses. Esto debido a que así terminarían dominando la opinión de la gente y con ello el entretenimiento, la política… etc. Es así cómo podrían, por ejemplo, simular y enfocar la repulsa en la corrupción de unos particulares sin que corra el riesgo un sistema corrupto mayor.
En esta dinámica las masas, manipuladas o no, reducen la capacidad crítica y a los críticos hacia la conformidad, incentivando la censura o autocensura en lo que llama Elisabeth Noelle-Neumann la espiral del silencio.
A pesar de que el mundo del entretenimiento no suele enfrentarse con los intereses del poder, si existen sobrados ejemplos de que cuando hay transgresiones estas fuerzas pueden resultar implacables, a saber: 1) Las consecuencias enfrentadas por Tommie Smith y John Carlos luego de levantar su puño en las Olimpiadas del 1968; 2) las de Colin Kaepernick arrodillándose en la NFL 2016; 3) las de las Dixies Chicks diciéndose avergonzadas de Bush en 2003; y 4) recientemente las declaraciones del futbolista Zlatan Ibrahimovic al baloncestista Lebron James diciendo que “no le gusta las personas que con algún estatus pasan a la política” pidiendo que se mantenga James en lo que es bueno. El afamado Michael Jordan compartía una visión similar a la de Zlatan cuando bromeando dijo en su apogeo que los republicanos también compraban sus tennis. Básicamente, no te arriesgues a perder público, no importa la seguridad, el dinero o los récords que exhibas.
Con los años hemos visto una proliferación en la búsqueda de aprobación a través de las redes a todos niveles. Ya no parecería bastar con tratar de agradar al barrio, la iglesia o la familia, sino de uniformar el comportamiento con cientos de seguidores de distintos gustos en busca de sus likes. Quedaría pues la interrogante de si esto representa progreso alguno. La ansiedad aflora, la necesidad de pertenencia crece y se potencia nuestro miedo a tomar riesgos y a aislarnos.
Y así andamos. Un poco enfermos, cada vez más condicionados a pescar estos virus. Cada vez más susceptibles y menos nuestros. Sacrificando nuestro tiempo, atención y personalidades al agrado superficial y ajeno… quizás incluso en este texto.