¿Adónde acuden los hombres a hablar cuando tienen un problema?
Usualmente a ningún lado, tienen que resolverlo por sí solos. Pero imaginemos
el caso que ha consternado al país en los últimos días. Cuando decidió abrirse
al problema, consultarlo… ¿Dónde fue el joven Marlon Martínez a buscar consejo?
Donde su madre. ¿Con qué ideas creen ustedes que salió de allí? ¿Cómo lo
resolvería?
En el caso de la muerte de Emely Peguero hay un conflicto de
clases que pocos hacen mención. Uno donde el poder y la desigualdad son el
tronco del problema, y donde el machismo es apenas una rama.
Para el ser humano con dinero es difícil resistirse a pensar que
no se puede disponer del otro como desee, más si son de clases
distintas. El poder y el dinero asociados al consumo, fortalecen la idea
de pertenencia y propiedad. En ese camino, tus bienes son sólo tuyos, nadie los
toca, haces con ellos lo que te plazca. Y si a base de poder y dinero has
obtenido una pareja, ¿por qué no se iba a responder con la misma lógica con
ella?
Y no sólo para el hombre, aquí hay una madre involucrada que en su
irresponsabilidad, y luce que principalía, prefirió la complicidad de clase a
la empatía con su género. Por eso, a las niñas hay que impedirles creerse las
películas de Disney y las telenovelas del príncipe que rescata de la pobreza y
viven felices para siempre, y enseñarles otras en las que el príncipe somete,
abusa y mata.
Pero llamarles psicópata, monstruos o alejarlos del día a día
puede consolar a muchos, pero no halla fundamento en la realidad. Y no protege
a nuestras mujeres. Todos somos potenciales verdugos. Quisiera pensar que
quizás no todos tengamos la cachaza de dar declaraciones públicas, esconder en
un saco un cadáver, tirarlo en la nada, presentarnos ante las víctimas
preocupados…
Pero ese tipo de cosas no se analizan desde la frialdad. Porque
también “Las cosas se extreman” como dice la secretaria de unos amigos. Se
extreman y se salen de control. Y aunque eso no exculpa a nadie (todos deben
pagar) nos hace entender mejor las cosas.
Las mujeres tienen que aprender a vivir en la alerta constante y
el peligro. A la defensiva de los depredadores, más si vienen hacia ellas
aprovechando sus necesidades. La mujer tiene el poder de decidir cuándo y con
quién iniciar una relación. Una de las cosas más poderosas para evitar
relaciones tóxicas y muertes está en su poder, aún con 12 años; lo que puede
que no tengan es el conocimiento.
Eso tiene que dárselo la familia, la cultura
y la educación.
Pero si a la mujer le faltan las herramientas para decidir qué
hombre le conviene, también al hombre reprimido le cuesta comprender los
fenómenos sociales de independencia y el nuevo rol femenino. Esto provoca
entonces que suceda en ambos una relación que opera en el grado animal más
puro, ocurriendo en casos los desenlaces que recogen la prensa y lastiman el
tejido social, lo cual no necesariamente sea el caso de Emely.
Porque a Emely la mataron por ser pobre, por ser la muchacha de la
casa, quien no es verdad que iba a darle un hijo al dueño, la plebeya que no le
iba a dar un nieto a la Alcaldesa. Por no tener quien la defendiera y le dijera
con autoridad que con ellos no vas para parte, por no tener quien la cuidara y
le dijera que a los 12 años no se tiene amores con alguien tan viejo y
distinto, porque implicaba mayor riesgo.
A nadie salva gritar “nos matan” y generalizar los casos. Papá
Estado no tiene respuestas para estas conductas sociales, para cambiar la
psiquis del hombre o el modelo económico. El hombre necesita terapia y tiempo
para enfrentar los cambios. Y la mujer, en el ínterin, si desea vivir necesita
conocer cómo protegerse de los salvajes, (se llamen Marlin o Marlon) cómo
domarlos y limitarlos hasta que aprendan. En ella reside el poder real.